De corazas y escudos.
Obviamente la vida no es sencilla. Nos enfrentamos en ocasiones a batallas que superan nuestros recursos y de forma inconsciente nos hacen colocarnos un escudo que nos facilite el aguantar las embestidas para que el daño sufrido sea menor. Eso es algo natural y sano que usamos como mecanismo de defensa.
El problema surge cuando al terminar la guerra se nos olvida liberarnos de esa coraza. La seguimos llevando sin darnos cuenta del enorme peso que tiene, de la cantidad de movimientos que nos impide realizar y de que bajo esa protección puede haber heridas y hematomas que no hemos sanado.
Si miramos atrás no recordamos en qué momento nos pusimos la armadura pero siempre es por la misma razón: El miedo al dolor, que nos hagan daño, a sentir, miedo a la vida.
Nos vamos acomodando a ella hasta que un día nos damos cuenta de que nos hemos convertido en la propia coraza. Algo ocurre, algo echas de menos, ya no sufres pero tampoco vives o sientes con pasión. Nos mantenemos siempre alerta y a la defensiva. Creemos estar protegidos cuando en realidad estamos librando guerras que ya ni siquiera existen. Y sobre todo nos perdemos muchas cosas mientras seguimos escondidos en esa trinchera que hemos construido. En el fondo, esa actitud esconde a una persona insegura. Ocultamos sentimientos para no parecer vulnerables.
Estar a la defensiva significa que reaccionamos en el presente con la carga que traemos del pasado y anticipando una amenaza futura
Me gusta mucho el ejemplo de las “Botas Estrechas”. Todos sabemos que caminar con ellas nos protege (supuestamente) del dolor de andar descalzos, pero también al cabo de un tiempo nos oprimen, nos producen callos, dolor, ampollas… Es el precio que elegimos pagar por nuestro miedo a caminar con los pies desnudos… o al menos con sandalias. Mientras podemos soportar dichas molestias, todo va bien. Pero cuando ya no aguantamos más surge entonces la cuestión: ¿Nos quitamos o no nos quitamos las botas? El problema es que están demasiado pegadas a nuestra piel, de modo que cualquier forcejeo nos dolerá necesariamente… ¿Qué hacer? ¿Nos atreveremos a ello? ¿Podremos hacerlo solos, o necesitaremos la ayuda de alguien que nos ayude a tirar, o a hacerlo del modo menos doloroso posible? ¿Preferiremos, quizá, renunciar a todo y seguir torturando nuestros pies…?
El primer paso es detectar esa coraza, saber dónde está y cómo actúa y después, debemos preguntarnos si esa armadura nos resulta útil o más bien dificulta las cosas.
Vivir sin coraza implica aceptar y sentir la propia vulnerabilidad. Esta es la auténtica fortaleza.
“Cuanto mas gruesa es la armadura mas frágil es el ser que la habita”
Esther
Qué bonito artículo Carmela ,realmente es cierto ,aveces nos perdemos tantas cosas por miedo a…nos quedamos viviendo en el pasado ,cuando seguramente el futuro tiene oportunidades mejores para nosotros .Me ha encantado tu blog ,es muy interesante no dudaré en seguirlo conforme vayas actualizándolo ,un saludo.