¿Y qué dirán?
Desde niño siempre había querido trabajar en la naturaleza. Pasaba horas observando los troncos de los árboles, clasificando sus hojas y percibiendo el cambio de matiz en el color del paisaje con cada estación. Se había imaginado mil veces recorriendo los senderos para enseñar sus lugares secretos a los visitantes y al fin había llegado su oportunidad: Le habían ofrecido un puesto como guía en el parque.
Me lo contaba con lágrimas amargas en los ojos, cargados con la tristeza de aquel que ve cómo se aleja un sueño. Yo no lo entendía, tenía delante la oportunidad que siempre había deseado para ser feliz. ¿Por qué iba a rechazarla? Lo dijo claramente. “Desde pequeño planearon para mí un puesto en la empresa familiar. Llevo encerrado en esa oficina más de diez años ¿Qué van a pensar de mí si lo dejo y hago lo que realmente quiero?”
Ahí estaba de nuevo, como un huracán devastador, uno de los miedos más comunes del ser humano: El peso del qué dirán. Es un temor en parte lógico que albergamos todas las personas que vivimos en sociedad. Pero hay una gran diferencia entre que nos afecte y que nos paralice.
Su origen evolutivo tiene sentido, los seres humanos hemos desarrollado una necesidad interior de ser aceptados y de encajar en el grupo porque en el pasado ser rechazados de la familia o de la tribu podía suponer la muerte al tener que enfrentarse sin apoyo a los peligros de la jungla para buscar alimento.
La explicación psicológica lo relaciona con la baja autoestima pues al final estas personas, sobre las que pesa tanto la opinión del otro, se miden a sí mismas según la aprobación que obtienen de los demás. También influye nuestra educación, quienes han crecido en ambientes con normas muy estrictas prefieren ser aceptados que satisfacer sus necesidades aunque esto implique dejar de ser felices. Por miedo a ser cuestionados o rechazados por otros, estas personas muchas veces dejan de ser coherentes consigo mismos y dejan de vivir su vida.
En mi opinión, siempre que no hagas daño a los demás o a ti mismo, si realmente tienes una personalidad bien definida, el criterio de los demás puede servirte como punto de referencia pero nunca como una medida absoluta de control
Creo que tenemos que asumir que es imposible gustar a todos. Si lo intentas será a costa de renunciar a tu propia personalidad y a tus criterios. Y cuanto más inseguro estés de ti mismo y menos claras tengas las ideas, peor te valorarán.
Es importante aceptar las críticas. Forman parte de la vida y hay que tratar de analizarlas como lo que son: “otros puntos de vista” que puedes tener en cuenta si son razonables, pero que les pertenecen a los otros. Puede ocurrir que tomar una decisión que desagrade a alguien cercano a ti te resulte incómodo. Sin embargo, a veces tenemos que afrontar situaciones de incomodidad para crecer como personas.
Necesitas defender tus posturas. Es fundamental, tienes que aprender a valorar y apoyar, delante de los demás, tus ideas y también tus intereses tomando conciencia de que eres tan válido como ellos y por lo tanto tus opiniones también son adecuadas.
La gran mayoría de las personas tienen como un valor fundamental la SINCERIDAD, pero ésta comienza con ser coherente con uno mismo. Si continuamente otorgas el poder de tus decisiones a otros estás siendo injusto con ellos y contigo mismo pues acabarás responsabilizándolos de tus errores y también perderás el mérito de tus éxitos.
Las personas que siempre se mueven bajo la sombra del qué dirán son como hojas al viento que regalan el poder de vivir su vida a los demás. “Si ellos están contentos yo estaré contento, si a ellos no les gusta a mi tampoco me tiene que gustar”. Pero al fin y al cabo tú eres el protagonista de tu historia y el que va a disfrutar o a sufrir las consecuencias de lo que hagas, por tanto, el mayor peso en tus decisiones debería ser tu propio criterio.
“Si vives para agradar a los demás todos te amarán excepto tú mismo” Paulo Cohelo.
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